22 Jul
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Cuando terminé la secundaria, elegí estudiar Educación en un instituto superior pedagógico particular con duración de cinco años. Las clases eran de 5:00 p.m. a 9:40 p.m., de lunes a viernes. Sin embargo, me propuse no asistir ningún viernes y faltar una semana entera para participar en la campaña evangelística de la iglesia “La Voz de la Juventud”.Todo marchó bien: algunas veces los maestros me comprendían y me daban permiso para faltar; otras, no. Finalmente, desaprobé dos cursos, aunque luego pude subsanarlos.Hasta que pasé por una prueba mayor en el quinto año. El Ministerio de Educación del Perú prohibió a los institutos emitir títulos sin antes aprobar el examen nacional de razonamiento matemático y verbal. Solo con la aprobación podríamos continuar con el proceso de titulación. Pero yo no asistí al examen porque, infelizmente, fue en sábado. Esperé medio año hasta que se diera una segunda prórroga y, gracias a Dios, fue en viernes. Pude aprobar el examen, y nuevamente di gracias a Dios.Todo estaba bien hasta que llegó otra prueba. Ahora tenía que sustentar mi trabajo de investigación, pero resultó que las sustentaciones solo se programaban los sábados. Fue así que no pude obtener mi título al finalizar el quinto año de estudios. Al año siguiente busqué trabajo mientras esperaba que me programaran la sustentación de lunes a jueves, como lo solicité.Una tarde me comunicaron que se había fijado mi sustentación para un día favorable, pero debía pagar el derecho de sustentación, aproximadamente 500 soles. Fue allí que el Señor me honró con un milagro: no contaba con dinero para pagar, incluso una vecina me había prestado para solventar mis pasajes hacia el colegio Pamer, desde el distrito de El Agustino hasta Jesús María, a la altura del Estadio Nacional de Lima.Quise saber si en mi tarjeta BCP tendría algunos soles, así que fui a un cajero BCP a unas dos cuadras del colegio. Para mi sorpresa, había 600 soles. “No, debe ser un error del cajero”, pensé. Saqué la tarjeta y la volví a introducir, pero el saldo seguía igual. No podía ser mi sueldo porque aún no era fin de mes. “¡Milagro!”, pensé. O quizá una prueba de honestidad. Tal vez el colegio se había equivocado y, por error, me depositó. Así que decidí no retirar el dinero.Esperé hasta el lunes, en la reunión con todos los docentes de Comunicación de las distintas sedes de Lima. Era aproximadamente las 6:30 cuando la coordinadora dijo: “Profesores, si alguien encuentra un depósito en su cuenta, será suerte de ustedes.” No podía ser… Esa expresión confirmó que era un milagro de Dios para mí. No dudé más y, sin pedir permiso, salí apresurado a retirar el dinero.Quedé muy emocionado y agradecido a Dios por honrarme de ese modo; quizá por los cinco años que le fui fiel, o simplemente porque me amaba. Cuando llegó fin de mes, pensé que tal vez me descontarían esos 600 soles, pero no fue así: recibí íntegro mi sueldo. Y durante los cinco años que trabajé en el colegio Pamer, nunca me preguntaron sobre ese depósito.Entonces, ¿quién me donó? El Deseado de todas las gentes: mi Señor Jesucristo.Fue así que pude pagar mi derecho de sustentación un miércoles por la tarde. Cuando obtuve la calificación aprobatoria dictaminada por el jurado, solo tenía en mi mente palabras de gratitud a Dios.

Fotografía para mi Diploma de titulación.

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